domingo, 15 de noviembre de 2009

[Tangerina I]


Un cuchillo muy afilado


Tengo un pequeño taller de ollas muy cerca de la plaza chica, tan chica que nadie se molestó en ponerle nombre. Es una plaza casi inadvertida, pegada al petit sukko, donde algunos comerciantes aún conservan sus letreros en español, un español mal traducido, o literalmente traducido de nuestra lengua.
Las pocas calles que desembocan en mi pequeña plaza no son importantes e incluso alguna siquiera tiene salida; sin embargo, mucha gente entra en ella ‒y en mi taller de ollas‒, pues nuestra mezquita, también pequeña, está muy, muy cerca.
En los últimos meses me he especializado en afilar cuchillos y tijeras; cuchillos, tijeras y todo instrumento que requiera ser afilado. Mis vecinos se alegran de mi éxito, pues saben que es también el suyo.

Ayer entró un hombre en mi pequeña tienda. Traía un cuchillo para afilar, un cuchillo muy grande. Después, se quedó un rato apoyado sobre el mostrador; buscaba conversación, lo que me ha extrañado mucho, pues no parecía de esa clase de hombres, más bien al contrario, adusto y observador; eso es, parecía observar todo, la tienda y por supuesto, a mí. La conversación, banal, era una excusa.
Pero lo más extraño, lo más raro de todo, es que hoy ha vuelto; y ha traído otro cuchillo más grande, un buen cuchillo, de los que asustan un poco al verlo. Pero lo de verdad inexplicable es que estaba muy bien afilado.
El hombre ha esperado hasta encontrar la tienda vacía para entrar; entonces ha sacado su cuchillo de una bolsa y lo ha puesto encima del mostrador. Cuando he ido a cogerlo, no me ha dejado; lo ha protegido con su brazo y no me ha permitido casi tocarlo. Pero yo soy rápido para esto, es mi trabajo, y he podido ver, en solo unos segundos, que el cuchillo era nuevo y estaba perfectamente afilado.
Los dos hemos guardado silencio, creo que es lo que buscaba para incomodarme, quizá para intimidarme. Solamente ha dicho al despedirse ‒si podemos decirlo así‒ que otros hombres querían hablar conmigo y que el cuchillo era para mí.

He guardado el cuchillo, por si me lo piden. No sé qué hacer. Ni siquiera puedo ir a casa, pues creo que desde hace días está vigilada; además, cerrar la tienda antes que de costumbre, podría levantar sospechas.




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