sábado, 21 de noviembre de 2009
Haffa Café
Te recordaré,
desnuda bajo el cielo protector
[...]
en las terrazas del Haffa Café...
Luis E. Aute
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viernes, 20 de noviembre de 2009
IV Certámen Microrrelatos Paréntesis
[Tangerina VII], bajo el título Una tormenta criminal , ha resultado finalista entre los 3.723 títulos presentados en el IV Certámen de relato Paréntesis, y será publicado próximamente en los distintos soportes de la Asociación Cultural convocante.
Una tormenta criminal
La tormenta pilló a Chovito sin tiempo ni de mirar al cielo. Era una de esas tormentas que se esperan sin saber cuánto tardará en hacer la puñeta, hasta que se desata sin más.
A Chovito le pilló con un montón de cosas sin hacer, ni siquiera tenía cerrada la puerta de la casa. Detrás de ella le encontraron, en calzoncillos y con un charquito de sangre que había salido por su boca; primero como un reguero; después, un charco. Por ahí debió entrar, por la misma puerta. La noche ayudó a que todo pasara, de momento, desapercibido.
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La tormenta pilló a Chovito sin tiempo ni de mirar al cielo. Era una de esas tormentas que se esperan sin saber cuánto tardará en hacer la puñeta, hasta que se desata sin más.
A Chovito le pilló con un montón de cosas sin hacer, ni siquiera tenía cerrada la puerta de la casa. Detrás de ella le encontraron, en calzoncillos y con un charquito de sangre que había salido por su boca; primero como un reguero; después, un charco. Por ahí debió entrar, por la misma puerta. La noche ayudó a que todo pasara, de momento, desapercibido.
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Chovito vivía solo en esa casa desde que era casi un niño. Mataron a sus padres; aquel crimen sí fue horrendo, sobre todo por cómo dejaron los cuerpos. El Auto del juzgado quedó finalmente en nada, un crimen sin resolver, en fin, ¡qué espanto!
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En Elide nos gusta pensar que Chovito no se enteró de todo aquello, que no vio nada.
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martes, 17 de noviembre de 2009
Dibujo de Willy Ramos
Dibujo de Willy, hacia 1980.
Colección particular, Juan González de las Casas, Murcia
El año pasado presentó su libro El Siroco de la tarde. Muvin. Valencia.
Willy, pintor de Pueblo Bello (Colombia), estudia Bellas Artes en Valencia y Grabados y Litografías en el Instituto Statale D'Arte de Urbino (Italia). Es Doctor Cum Laude en Bellas Artes por la Universidad Politécnica de Valencia y Profesor titular de la misma.
lunes, 16 de noviembre de 2009
Un poema de Clara Janés
domingo, 15 de noviembre de 2009
[Tangerina I]
Un cuchillo muy afilado
Tengo un pequeño taller de ollas muy cerca de la plaza chica, tan chica que nadie se molestó en ponerle nombre. Es una plaza casi inadvertida, pegada al petit sukko, donde algunos comerciantes aún conservan sus letreros en español, un español mal traducido, o literalmente traducido de nuestra lengua.
Las pocas calles que desembocan en mi pequeña plaza no son importantes e incluso alguna siquiera tiene salida; sin embargo, mucha gente entra en ella ‒y en mi taller de ollas‒, pues nuestra mezquita, también pequeña, está muy, muy cerca.
En los últimos meses me he especializado en afilar cuchillos y tijeras; cuchillos, tijeras y todo instrumento que requiera ser afilado. Mis vecinos se alegran de mi éxito, pues saben que es también el suyo.
Ayer entró un hombre en mi pequeña tienda. Traía un cuchillo para afilar, un cuchillo muy grande. Después, se quedó un rato apoyado sobre el mostrador; buscaba conversación, lo que me ha extrañado mucho, pues no parecía de esa clase de hombres, más bien al contrario, adusto y observador; eso es, parecía observar todo, la tienda y por supuesto, a mí. La conversación, banal, era una excusa.
Pero lo más extraño, lo más raro de todo, es que hoy ha vuelto; y ha traído otro cuchillo más grande, un buen cuchillo, de los que asustan un poco al verlo. Pero lo de verdad inexplicable es que estaba muy bien afilado.
El hombre ha esperado hasta encontrar la tienda vacía para entrar; entonces ha sacado su cuchillo de una bolsa y lo ha puesto encima del mostrador. Cuando he ido a cogerlo, no me ha dejado; lo ha protegido con su brazo y no me ha permitido casi tocarlo. Pero yo soy rápido para esto, es mi trabajo, y he podido ver, en solo unos segundos, que el cuchillo era nuevo y estaba perfectamente afilado.
Los dos hemos guardado silencio, creo que es lo que buscaba para incomodarme, quizá para intimidarme. Solamente ha dicho al despedirse ‒si podemos decirlo así‒ que otros hombres querían hablar conmigo y que el cuchillo era para mí.
He guardado el cuchillo, por si me lo piden. No sé qué hacer. Ni siquiera puedo ir a casa, pues creo que desde hace días está vigilada; además, cerrar la tienda antes que de costumbre, podría levantar sospechas.
Las pocas calles que desembocan en mi pequeña plaza no son importantes e incluso alguna siquiera tiene salida; sin embargo, mucha gente entra en ella ‒y en mi taller de ollas‒, pues nuestra mezquita, también pequeña, está muy, muy cerca.
En los últimos meses me he especializado en afilar cuchillos y tijeras; cuchillos, tijeras y todo instrumento que requiera ser afilado. Mis vecinos se alegran de mi éxito, pues saben que es también el suyo.
Ayer entró un hombre en mi pequeña tienda. Traía un cuchillo para afilar, un cuchillo muy grande. Después, se quedó un rato apoyado sobre el mostrador; buscaba conversación, lo que me ha extrañado mucho, pues no parecía de esa clase de hombres, más bien al contrario, adusto y observador; eso es, parecía observar todo, la tienda y por supuesto, a mí. La conversación, banal, era una excusa.
Pero lo más extraño, lo más raro de todo, es que hoy ha vuelto; y ha traído otro cuchillo más grande, un buen cuchillo, de los que asustan un poco al verlo. Pero lo de verdad inexplicable es que estaba muy bien afilado.
El hombre ha esperado hasta encontrar la tienda vacía para entrar; entonces ha sacado su cuchillo de una bolsa y lo ha puesto encima del mostrador. Cuando he ido a cogerlo, no me ha dejado; lo ha protegido con su brazo y no me ha permitido casi tocarlo. Pero yo soy rápido para esto, es mi trabajo, y he podido ver, en solo unos segundos, que el cuchillo era nuevo y estaba perfectamente afilado.
Los dos hemos guardado silencio, creo que es lo que buscaba para incomodarme, quizá para intimidarme. Solamente ha dicho al despedirse ‒si podemos decirlo así‒ que otros hombres querían hablar conmigo y que el cuchillo era para mí.
He guardado el cuchillo, por si me lo piden. No sé qué hacer. Ni siquiera puedo ir a casa, pues creo que desde hace días está vigilada; además, cerrar la tienda antes que de costumbre, podría levantar sospechas.
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